Nuestro último día completo fue sin duda el más relajado de todas las
vacaciones. Lo cierto es que no teníamos el plan muy claro. Al comenzar
el viaje yo quería ir al Blue Lagoon, pero después de tantos baños y
sobre todo después de estar en el Blue Lagoon del Norte) y a la vista
del precio, no me importaba pasarlo por alto. La alternativa era llegar
antes a Reykjavik y ver la ciudad, sobre todo porque algunos no la
habíamos visto de día. Pero como tampoco hay mucho que ver, no queríamos
llegar demasiado pronto, la verdad.
Al final, tras la
larga jornada del día anterior, decidimos tomarnos las cosas con calma.
Nos levantamos a la 9:30 porque teníamos que dejar las habitaciones
libres para las 10, pero desayunamos tranquilamente en una mesita
exterior del albergue. Nos pusimos las botas con el desayuno y nos
bañamos un rato en la minipiscina caliente del albergue, pero no en la
del día anterior (que estaba vacía), sino en otra que tenía menos
vistas. De hecho nos dimos cuenta de que el baño nocturno de la noche
anterior no fue muy legal, pero ¡¡¡que nos quiten lo bailao!!! El agua
caliente reblandeció nuestras cansadas neuronas y decidimos meternos
todos en las frías aguas del fiordo. El baño fue corto pero no tan frío
como esperábamos (Anita no quería salir de lo bien que se encontraba).
Lo que más ilusión nos hizo fue darnos cuenta de que ¡¡¡ya podemos decir
que nos hemos bañado en el Océano Glaciar Ártico!!! Eso sí, después de
la foto de rigor nos fuimos corriendo a la piscina de agua caliente,
doblemente caliente tras el paso de nuestros cuerpos por el agua marina.
Entre
bañarnos, tumbarnos en la hierba, grabar algunas escenas para el vídeo,
tirar piedras como los niños de pueblo, hablar con un solitario
ciclista australiano, etc. se nos pasó la mañana. La mujer del albergue y
su hija pasaban de vez en cuando y nos saludaban sonrientes, no sé si
lo hacían contentas de que les alegráramos la mañana (pusimos por fin el
disco de Gonzalo en el reproductor del albergue) o pensando "a ver
cuando se van estos locos españoles". Estábamos tan a gusto que
terminamos cocinando algunos de nuestros restos de comida en el albergue
y ya, por fin, nos fuimos de allí dejando algo de comida al
australiano.
Llegamos a Reykjavik a media tarde, con
tiempo suficiente para dar una vuelta por la ciudad y comprar algún
regalillo más en las tiendas de la calle principal, abiertas pese a ser
domingo. También pudimos conocer un poquito el ambiente de la capital,
escuchando algo de hip hop en un plaza un poco destartalada y con algún
graffitero decorando una de las paredes. También escuchamos algo de
música en directo en un bar. En general me gustó el ambiente musical, en
la línea de muchos países del norte de Europa en los que el mal tiempo
no quita para que la cultura musical esté más presente en la calle que
en muchas partes de España. Aunque a alguno no le gustara el hip hop...
Después
de cenar unas hamburguesas en una terraza (en cuanto dejó de darnos el
sol, nos arrepentimos de cenar en el exterior, que la noche islandesa es
un poco fresca), entramos en Harpa, el moderno auditorio de la ciudad.
El interior del edificio nos gustó mucho, así que si os interesa
mínimamente la arquitectura, no os lo perdáis. Finalmente nos dimos un
corto paseo por la zona de la bahía y nos dirigimos al hotel, que al día
siguiente teníamos que madrugar para ir al aeropuerto.
Alojamiento: Hotel Flóki
Precio: unos 32€/persona (desayuno incluido)
Valoración:
Las camas eran muy buenas, había nevera en la habitación y el baño era
compartido con los demás huéspedes. Cerca del centro. El desayuno no lo
probamos. En general, quedamos satisfechos con el sitio, por encima de
nuestro presupuesto, pero es que Reykjavik es más caro y justo ese fin
de semana había muy poca disponibilidad (agosto, fiesta del comercio,
semana del orgullo gay...)
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