Tras una noche en un paraje incomparable, con las lenguas
del glaciar de fondo, desayunamos tranquilamente en nuestra pequeña cabaña de
madera. Todos dormimos muy bien, excepto David y Marta, a los que los muelles
del sofá-cama se les clavaban en la espalda.
Nuestro primer plan del día nos obligó a retroceder unos kilómetros en nuestra
ruta, para poder visitar Jökulsárión, el lago de los icebergs, por donde
habíamos pasado a toda prisa el día anterior. Fue uno de los lugares en los que
más gente vimos durante nuestro viaje. Es imposible saltárselo, ya que al lado
de la carretera 1 se ve un parking
con muchísimos coches.
El ticket de los barcos anfibio nos costó unos 15€ a cada uno y sale cada 20
minutos, así que tampoco tuvimos que esperar mucho. No obstante, la corta espera
se hace amena al lado de un lago con cientos de icebergs, unos chiquitos que
flotan hacia el mar, y otros más grandes que parecen inmóviles.
El viaje por el lago lo haces en un barco-anfibio. Tú te montas en tierra y con
sus gigantes ruedas se mete en el agua. El paseo dura 30 minutos aproximadamente.
Una guía te explica en inglés todos los secretos del lago, en el que desemboca la
lengua de un glaciar desprendiendo trozos de hielo. El agua de los icebergs
debe de ser purísima, y para demostrarlo “pescaron” un pequeño trozo de hielo,
lo rompieron en pedacitos y nos lo dieron a probar a todos. La verdad es que no
sabía a nada pero, como nos dijo la simpática guía, posiblemnet sea lo más
viejo que comamos en nuestra vida: hielo formado hace unos cien años. Para mí
este lugar es imprescindible y el paseo en barco es una buena manera de
conocerlo mejor.
Estos grandes trozos de hielo flotantes, van a parar al mar, que se encuentra
allí mismo, por lo que fuimos a ver la playa en la que se acumulan estos
icebergs. Es preciosa. El contraste de la arena negra con estos pedazos de
hielo blanco (o transparente) parece de fantasía. Además, allí vimos a 2
foquitas en el agua (focos solteros, para ser exactos, según nos había
advertido la guía del barco), que se interesaban tanto por los turistas como
nosotros por ellas. Una gran mañana, a pesar del frío.
De aquí fuimos a comer a Hofn. Ya era un poquito tarde, así que después de 2
intentonas, encontramos sitio para comer en un restaurante nuevo: Pakkhus.
Después de tanto sándwich, pasta y comida rápida, era el primer día que nos
sentábamos a comer algo rico. La entrada al restaurante es algo peculiar:
parece un establo con sillones, pero tiene su gracia. Pero arriba es todo de
madera, muy acogedor. Estuvimos casi solos. Todos pedimos pescado para comer y
la verdad es que estaba buenísimo. El precio de cada plato rondaba las 2.300
coronas (pesetas). Por otro lado, los adictos al WhatsApp aprovecharon
para conectarse al aburrido mundo exterior.
Con el estómago lleno emprendimos el viaje hacia el norte por la costa este,
llena de fiordos, que decidimos evitar lo máximo posible ya que el camino era
largo y por lo que leímos en la guía tampoco había nada imprescindible. Eso sí,
paramos a estirar las piernas y a lanzar unas cuantas piedras al fiordo, para
desentumecer los músculos.
Aquí la ring road, deja de estar asfaltada durante un pequeño tramo “montañoso”
para convertirse en un camino. La niebla cerrada, las ovejas en medio del
camino y el precipio a uno de los lados, hacían más "emocionante" la
conducción... pero al fin llegamos sin mayores complicaciones a Egilsstaðir. Ya
era un poco tarde y no teníamos muy seguro donde estaba el alojamiento (unas
cabañas en un camping que supuestamente debíamos de habernos encontrado antes
de llegar a la ciudad), así que preguntamos a un policía islandés que
encontramos en un Subway. Éste no conocía el sitio, asi que le mostramos el
teléfono del camping y amablemente llamó por teléfono, después de lo cual nos
dijo que estábamos equivocados y que el alojamiento se encontraba en Egilsstaðir,
pero no en el que estábamos sino otro a 40 minutos de distancia. Así que sin
perder el tiempo fuimos hacia allá. Primero la ring road, luego un camino de
tierra, luego un caminito pequeño que se metía en un valle, luego un camino
lleno de piedras... y al fin llegamos a una casa situada a las puertas del fin
del mundo. Llamamos a la puerta y una amable señora nos dijo en inglés que,
como sospechábamos ¡¡¡allí no era!!! No nos quedó más remedio que llamar por
teléfono al alojamiento y nos dijeron: primero, como llegar al camping, que
estaba al lado de Egilsstaðir, el Egilsstaðir del que el policia nos había
mandado muuuuyyy lejos; y segundo, que allí no había llamado nadie preguntando
como llegar. ¿A quién coño llamó el policía? ¿A su madre para decirle que no
iba a cenar a casa?
Mentando a la susodicha madre de nuestro querido policía y ya de noche (todo lo
de noche que se hace en Islandia a primeros de agosto), llegamos por fin a
nuestro camping. Teníamos una habitación de 4 y una cabaña de 4, que la verdad
es que estaban muy bien. Así que, después de cenar un surtido de ibéricos todos
juntos en la cabaña y brindar en honor de la policía islandesa, nos fuimos a
nuestra cama con sus fundas nórdicas mulliditas.
Alojamiento: Stora Sandfell rooms and cottages
Precio: Unos 22 € por persona
Caracteristicas: Se trata de unas cabañas en un camping. El sitio
es bastante bonito entre árboles (algo raro en Islandia). Tiene cabañas sueltas
y luego habitaciones en bungalows. Todas cuentan con forros nórdicos y te dejan
bolsitas de té, un bote de café soluble y un calentador de agua. Además la
cabaña cuenta con cocina (pero no con baño privado). RECOMENDABLE
No hay comentarios:
Publicar un comentario