Día 4 - Lambhús, Jökulsárión, Höfn, Egilsstaðir


Tras una noche en un paraje incomparable, con las lenguas del glaciar de fondo, desayunamos tranquilamente en nuestra pequeña cabaña de madera. Todos dormimos muy bien, excepto David y Marta, a los que los muelles del sofá-cama se les clavaban en la espalda.

Nuestro primer plan del día nos obligó a retroceder unos kilómetros en nuestra ruta, para poder visitar Jökulsárión, el lago de los icebergs, por donde habíamos pasado a toda prisa el día anterior. Fue uno de los lugares en los que más gente vimos durante nuestro viaje. Es imposible saltárselo, ya que al lado de la carretera 1 se ve un parking con muchísimos coches.



El ticket de los barcos anfibio nos costó unos 15€ a cada uno y sale cada 20 minutos, así que tampoco tuvimos que esperar mucho. No obstante, la corta espera se hace amena al lado de un lago con cientos de icebergs, unos chiquitos que flotan hacia el mar, y otros más grandes que parecen inmóviles.
El viaje por el lago lo haces en un barco-anfibio. Tú te montas en tierra y con sus gigantes ruedas se mete en el agua. El paseo dura 30 minutos aproximadamente. Una guía te explica en inglés todos los secretos del lago, en el que desemboca la lengua de un glaciar desprendiendo trozos de hielo. El agua de los icebergs debe de ser purísima, y para demostrarlo “pescaron” un pequeño trozo de hielo, lo rompieron en pedacitos y nos lo dieron a probar a todos. La verdad es que no sabía a nada pero, como nos dijo la simpática guía, posiblemnet sea lo más viejo que comamos en nuestra vida: hielo formado hace unos cien años. Para mí este lugar es imprescindible y el paseo en barco es una buena manera de conocerlo mejor.



Estos grandes trozos de hielo flotantes, van a parar al mar, que se encuentra allí mismo, por lo que fuimos a ver la playa en la que se acumulan estos icebergs. Es preciosa. El contraste de la arena negra con estos pedazos de hielo blanco (o transparente) parece de fantasía. Además, allí vimos a 2 foquitas en el agua (focos solteros, para ser exactos, según nos había advertido la guía del barco), que se interesaban tanto por los turistas como nosotros por ellas. Una gran mañana, a pesar del frío.




De aquí fuimos a comer a Hofn. Ya era un poquito tarde, así que después de 2 intentonas, encontramos sitio para comer en un restaurante nuevo: Pakkhus. Después de tanto sándwich, pasta y comida rápida, era el primer día que nos sentábamos a comer algo rico. La entrada al restaurante es algo peculiar: parece un establo con sillones, pero tiene su gracia. Pero arriba es todo de madera, muy acogedor. Estuvimos casi solos. Todos pedimos pescado para comer y la verdad es que estaba buenísimo. El precio de cada plato rondaba las 2.300 coronas (pesetas). Por otro lado, los adictos al WhatsApp aprovecharon para conectarse al aburrido mundo exterior.

Con el estómago lleno emprendimos el viaje hacia el norte por la costa este, llena de fiordos, que decidimos evitar lo máximo posible ya que el camino era largo y por lo que leímos en la guía tampoco había nada imprescindible. Eso sí, paramos a estirar las piernas y a lanzar unas cuantas piedras al fiordo, para desentumecer los músculos.


Aquí la ring road, deja de estar asfaltada durante un pequeño tramo “montañoso” para convertirse en un camino. La niebla cerrada, las ovejas en medio del camino y el precipio a uno de los lados, hacían más "emocionante" la conducción... pero al fin llegamos sin mayores complicaciones a Egilsstaðir. Ya era un poco tarde y no teníamos muy seguro donde estaba el alojamiento (unas cabañas en un camping que supuestamente debíamos de habernos encontrado antes de llegar a la ciudad), así que preguntamos a un policía islandés que encontramos en un Subway. Éste no conocía el sitio, asi que le mostramos el teléfono del camping y amablemente llamó por teléfono, después de lo cual nos dijo que estábamos equivocados y que el alojamiento se encontraba en Egilsstaðir, pero no en el que estábamos sino otro a 40 minutos de distancia. Así que sin perder el tiempo fuimos hacia allá. Primero la ring road, luego un camino de tierra, luego un caminito pequeño que se metía en un valle, luego un camino lleno de piedras... y al fin llegamos a una casa situada a las puertas del fin del mundo. Llamamos a la puerta y una amable señora nos dijo en inglés que, como sospechábamos ¡¡¡allí no era!!! No nos quedó más remedio que llamar por teléfono al alojamiento y nos dijeron: primero, como llegar al camping, que estaba al lado de Egilsstaðir, el Egilsstaðir del que el policia nos había mandado muuuuyyy lejos; y segundo, que allí no había llamado nadie preguntando como llegar. ¿A quién coño llamó el policía? ¿A su madre para decirle que no iba a cenar a casa?
Mentando a la susodicha madre de nuestro querido policía y ya de noche (todo lo de noche que se hace en Islandia a primeros de agosto), llegamos por fin a nuestro camping. Teníamos una habitación de 4 y una cabaña de 4, que la verdad es que estaban muy bien. Así que, después de cenar un surtido de ibéricos todos juntos en la cabaña y brindar en honor de la policía islandesa, nos fuimos a nuestra cama con sus fundas nórdicas mulliditas.



Precio: Unos 22 € por persona
Caracteristicas: Se trata de unas cabañas en un camping. El sitio es bastante bonito entre árboles (algo raro en Islandia). Tiene cabañas sueltas y luego habitaciones en bungalows. Todas cuentan con forros nórdicos y te dejan bolsitas de té, un bote de café soluble y un calentador de agua. Además la cabaña cuenta con cocina (pero no con baño privado). RECOMENDABLE

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