Día 8 - Mývatn, Akureyri, Saeberg


El último día en este albergue nos despertamos a las 6:30, no porque quisiéramos, sino porque unos belgas flamencos encendieron las luces del albergue y desayunaron haciendo todo el ruido que quisieron, a pesar de que les dijimos que queríamos continuar durmiendo. Al parecer nosotros les habíamos molestado con nuestra partida de trivial del día anterior (que jugamos en la sala de al lado, sin gritos y que acabó recién pasada la medianoche) y decidieron vengarse al día siguiente en lugar de dialogar como seres razonables. Pero bueno, son esas cosicas que al principio dan mucha rabia, pero que después dan mucho juego: ¡¡¡puedes criticarles hasta reventar!!! :D

Este día tocaba visitar Akureyri (la capital del norte), aunque antes hicimos un par de paradas. En primer lugar, nos pasamos por Grjótagjá, un kilómetro al sur de Reykjahlið, en donde vimos una curiosa fractura en la tierra fruto de la separación de las placas tectónicas. Bajo la grieta se supone que hay una cueva en la que te puedes bañar, pero nosotros no nos aventuramos a bajar (en parte por desconocimiento, porque luego he visto fotos muy chulas del lugar).


A continuación, pusimos rumbo a Akureyri, pero de camino paramos en nuestra última cascada, Godafoss, no tiene mucha altura, pero es ancha y la verdad que es bonita, pero después de haber visto las de Detifoss, Selfoss y Gullfoss, no impresiona demasiado. Pero nos pasamos allí 30 minutos sacando fotos y contemplándolo. Y es que todas las cascadas tienen algo diferente que te atrae.


Akureyri tiene unos 17.000 habitantes. Era un dia bastante soleado y se notaba bastante ambiente por sus calles. Al igual que Reykjavik, tiene una calle principal con mucha vida, aunque en el resto de la ciudad tampoco es que haya mucho que ver. Aprovechamos para hacer compras: libros de ogros y trolls, postales, jerseys típicos islandeses (los hay de todos los precios, pero la lana pica igual que la española).
Aquí si os recomendaría un sitio para comer: el restaurante Bautinn. Fuimos gracias a la guía Lonely Planet. El edificio está en la calle principal y es muy bonito. Por unos 3.000-4.000 isk eliges un plato principal y tienes a tu disposición un buffet libre de ensaladas y sopas. La elección del plato principal es difícil, ya que aquí puedes aprovechar para comer pescados, aves, ballena... Aunque he de decir que yo me quedé sin probar la ballena, ya que mis compañeros de viaje lo veían mal. Os recomendaría un comer un pájaro (a juzgar por la foto de Google que vimos luego, mitad gaviota mitad pingüino) cuya su carne es muy rica pero bastante fuerte, una mezcla entre pato y caza. Eso sí, el nombre no lo recordamos, pero podéis preguntar.


Después de comer, seguimos con las compras, vimos a una estrella local de la canción firmando discos y nos tomamos un café en la plaza central. Como el pueblo no daba más de sí, decidimos irnos de camino al albergue. Según habíamos leído en guías y foros, esta zona de noroeste es quizá la menos interesante turísticamente. No planeamos ninguna visita en especial, pero nos quedamos con las ganas de dar una vueltita en caballo islandés (en esta zona hay muchos). La verdad que el paisaje no resulta en absoluto feo. Al contrario es bonito, pero no tiene atractivos turísticos de tanto interés como otros lugares.

De camino hacia el albergue, tuvimos un pequeño problema técnico: ¡¡¡pinchamos la rueda del coche!!! Nos dimos cuenta de casualidad cuando quisimos parar para sacar unas fotillos. Aquí empezó nuestra pequeña odisea, pero la verdad es que como no teníamos otra cosa planeada, tuvo su puntillo. Eran casi las 20:30 y estábamos a más de 1 hora de nuestro alojamiento. Cambiamos la rueda (después de descifrar como iba el gato, lo que nos llevó su tiempo), pero la de repuesto era de clavos, para el invierno, y ya nos habían advertido que no podíamos andar con ella más de 20 km. Así que en la primera gasolinera que encontramos paramos y vimos que la rueda ya estaba chamuscadita. En la gasolinera nos dieron el número de teléfono del mecánico de la zona, pero era sábado por la tarde noche, en agosto, y el susodicho no cogía la llamada. Por otro lado, los del seguro no se hacían cargo de nosotros hasta el dia siguiente, y estábamos en mitad de la nada, así que hubo un momento de apurillo. Finalmente, resultó que una de las empleadas de la gasolinera era la mujer del mecánico y lo contactó a su número personal. Resultó ser un simpatiquísimo polaco que se iba de vacaciones en menos de cuatro horas, pero que nos cambió la rueda por una de segunda mano. Problema resuelto a las 23:00.


Con nuestra nueva rueda, llegamos sin problemas al albergue a las 00:00. Aunque la recepción cerraba a las 22:00, la mujer del albergue estaba al tanto de nuestro pinchazo y nos estaba esperando amablemente para darnos las llaves. ¡Qué majos son los islandeses! El albergue Saeberg, está situado en el borde del Hrútafjörður (qué nombre más bonitos les ponen a los fiordos en este país) y la verdad es que el enclave era precioso. Teníamos una habitación de 4 en el albergue y una casita para 5 (nos sobraba sitio) y ambas estaban muy bien. Cenamos unos macarrones con atún express, pero aun no se había acabado el día. Descubrimos que el albergue contaba con unas piscinitas (tipo jacuzzi) de agua caliente al borde de mar, en las que nos metimos para relajarnos después de este largo e intenso día, con la luz del sol todavía asomando por detrás del horizonte a las 2 de la madrugada. Un gran momento sin duda.
Curiosamente, este día que comenzamos con la medio bronca con los belgas-flamencos, lo acabamos descubriendo la amabilidad islandesa (y polaca).


Alojamiento: Hihostels – Albergue de Saeberg
Precio: Unos 22 € por persona
Características: Tiene dos cabañas para 4 y 5 personas (con cocina y baño), un albergue con habitaciones y una zona de acampada. Camas tipo litera bastante cómodas. Se encuentra en un lugar apartado y muy bonito, junto a un fiordo. Tiene piscinas termales. Recomendable si necesitas hacer noche en la zona.

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