Día 6 - Alrededores de Mývatn

La primera noche en el albergue no fue demasiado mala, al menos para mí. Eso sí, nos despertamos bastante pronto porque hubo quien madrugó, pero en general dormimos bastante bien. Como buenos españoles, nos levantamos los últimos, lo que nos permitió desayunar solos en el comedor, sin miedo a despertar a nadie.

Una vez que nos sentimos dispuestos, cogimos la furgo y comenzamos a explorar los alrededores del lago Mývatn, ya qe teníamos muchas coasa interesantes que ver. Nuestra primera parada la zona volcánica del volcán Krafla, al este del lago. Para llegar a la zona, hay que abandonar la N1 y atravesar una central geotérmica bastabte chula y curiosa, ya que la carretera pasa bajo un enorme que llega a la central, lo que nos llamó fuertemente la atención.


En primer lugar dimos un breve paseo por un enorme campo de lava en el que pudimos poner nuestros sentidos (vista, oído y, sobre todo, olfato) en una zona de fumarolas. Existe la opción de hacer senderismo por la zona si queréis apreciar más la inmensidad del campo de lava, pero nosotros no teníamos tiempo para ello. El senderismo no nos atrajo, no, pero sí que caímos en la tentación de tomarnos un perrito caliente en la zona del aparcamiento. Y pensar que nos tenemos por chicos sanos y deportistas... Pero bueno, estábamos de vacaciones y el perrito (pagado con tarjeta en medio de la nada) resultó delicioso.



Después cogimos el coche para acercarnos al cráter Viti, que tiene un pequeño lago dentro (no confuncdir con el cráter que veríamos al día siguiente). Rodeamos el cráter y vimos unas instalaciones dignas de una película de Star Wars. Y poco más.



De regreso al lago, nos paramos en Námaskarð. Se trata de una llamativa zona de fumarolas y pozas de barro hirviente que ya habíamos visto antes, llena de turistas porque se encuentra en el borde de la N1. Anque ya habíamos visto otras parecidas, estos son posiblemente las más impresionantes de todas. El contraste de los colores amarillentos, ocres y grises con la tierra rojiza, el calor que emanan, las burbujas, el ruido... y, por supuesto, el desagradable olor a huevo podrido. Una experiencia única e irrepetible (en algunos sentidos, por suerte). Algunas de las fumarolas han sido tapadas con montañas de piedras, de manera que el vapor caliente que las atraviesa al salir produce un ruido agudo que recuerda al de una máquina de vapor.


A continuación hicimo salgo de compra en el mercado de Reykjahlið y nos fuimos a comer unos bocadillos con pan de verdad a Kálfaströnd. La verdad es que buscábamos un sitio tranquilo donde comer y acabamos en este espacio junto al lago. Comimos en un césped dentro del recinto y, después de tumbarnos un ratito a descansar, descubrimos unas estupendas vistas del lago y de algunas formaciones curiosas en él.


Aún nos quedaba mucho que ver y ya se nos echaba la tarde encima, así que nos desplazamos hasta el área de Dimmuborgir (castillos negros, en islandés). Aquí la lava se ha solidificado dan lugar a curiosas formas que pueden recordar objetos, animales, personas... según la imaginación de cada uno. Un poco al estilo de la Ciudad Encantada de Cuenca. No es una zona muy extensa, pero cuenta con varios itinerarios marcados, con niveles de dificultad (son un poc exagerados en este sentido), en la que se puede pasar un rato agradable. Nosotros hicimos una combinación de dos itinerarios cortos, porque aún nos quedaba mucho que ver.


Pero como la tarde ya etab muy avanzada y nos encontrábamos taaaaaaaaaaaaaaaaaaaan cansados del global de viaje, nos olvidamos de subir volcanes, ver grietas, fumarolas o lo que fuera y decidimos ir directamente a la Laguna Azul del norte. Todo turista que visita Islandia conoce la Laguna Azul, cerca de Reykjavik. Pues bien, junto al lago Mývatn hay una instalación similar, mucho más modesta (pero mucho más barata). Así que allí nos dirigimos los siete a ponernos en remojo en las aguas azul lechoso de los baños de Mývatn. En la entrada nos juntamos con dos valientes ciclistas castellano-manchegos, con los que nos juntamos para entrar con precio de grupo, que necesitaban el descanso más que nosotros, los pobres. La verdad es que disfrutamos mucho de los baños, tanto del calorcito del agua, de la textura lechosa de la misma como del sol del atardecer islandés sobre el lago y todo el entorno. Gonzalo se hartó de hacer fotos, a pesar de estar rodeados de agua. Y es que la luz y la magia del lugar lo pedía.






Tras dos horas, descansados y relajados, volvimos al albergue cuando cerraron las instalaciones (a las 22:00) y cenamos una hamburguesas de reno en el restaurante del mismo. Estaban buenas, auqneu no me preguntéis a qué sabía el reno: yo creo que a pimienta. Y tras la cena nos fuimos a la cama, que al día siguiente tocaba madrugar un poquito para la excursión a Askja.

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